Yacimiento del valle de Deir el Medina, frente a Luxor, donde vivían
los obreros y artesanos que hacían las tumbas de los faraones y sus
familias
Constructores de tumbas, artistas del antiguo Egipto. En el valle de
Deir el Medina vivían los artesanos cuyas casas ahora en ruinas pueden
visitarse
A pocos kilómetros al sur de Sheikh Abd el Qurna
se encuentra el valle conocido como Deir el Medina, el convento de la
ciudad quiere decir, pues en la época copta hubo allí un monasterio. En
el valle de los trabajadores, Thutmosis I levantó un poblado para que
allí vivieran los artistas y artesanos que hacían las tumbas. El nombre
del faraón está inscrito en el muro que rodea la ciudad. Artesanos,
artistas, obreros, picapedreros, albañiles, pintores, escultores,
etcétera, convivían en pequeñas casas. Eran de adobe sobre cimientos de
piedra. Las paredes estaban enlucidas con barro, y las fachadas y
algunas paredes interiores estaban encaladas. La puerta delantera, que
daba a la calle principal, era de madera y estaba encajada sobre un
marco también de madera o caliza que podía llevar el nombre del dueño.
Muchas veces, las puertas y dinteles estaban pintados de rojo, un color
protector y benefactor. La casa tenía un salón, varias habitaciones,
subterráneo y terraza. Desde la zona de la cocina, un amplio espacio sin
techar, surgían unas escaleras que iban a la azotea.
Diez días seguidos
La entrada principal de la
aldea estaba al norte. El muro trapezoidal medía cerca de 6.000 metros y
llegó a haber unas setenta casas dispuestas en fila a lo largo de una
estrecha calle que corría de norte a sur. Estas ruinas y las tumbas han
aportado muchos datos sobre las familias que las habitaban, los modos de
trabajo, las actividades de ocio, las leyes y costumbres de la vida
diaria. Al norte del poblado, cerca de la entrada al Valle, está el Gran
Pozo, que nunca dio agua. Cuando al final del imperio nuevo este lugar
se convirtió en un peligro por los libios, se abandonó el pueblo y sus
habitantes se trasladaron al interior de los muros del templo de Ramsés
III en Medinet Habu. Muy cerca de aquí está el templo de Hathor,
edificado por los Ptolomeos. La ciudad estaba rodeada de una gran
muralla. Nadie podía salir de allí, ni entrar, excepto para llevar a
cabo el trabajo. Muchas horas diarias, con un solo día de descanso tras
diez trabajados.
Distintas generaciones, desde 1550 antes de
Cristo hasta el año 1000, desde la dinastía XVIII hasta el final de la
XX, iban a la necrópolis real recorriendo un sendero que evitaba las
duras colinas en torno a Deir el Bahari. Muchos, además de trabajar en
las tumbas reales, lo hacían en la suya propia. Eran poseedores de
secretos y por eso estaban muy controlados. Los servidores de la "plaza
de la verdad" eran vigilados por comisarios que se encargaban de que los
secretos se mantuvieran.
Llegamos al recinto. Aunque está en
ruinas, se percibe muy bien su gran extensión. De aquí salieron esos
extraordinarios artistas anónimos que dejaron su huella imborrable en
tantos panteones. ¿Tendrían conciencia de su arte? Una ciudad de los
artistas en medio del desierto, frente al Nilo. Paseo por entre las
calles y me gusta imaginar que aquí o allí vivió el pintor o pintores de
la tumba de Nefertari o de Thutmosis III. Auden, en el poema titulado Musée des Beaux Arts,
hace esta reflexión: "Acerca del sufrimiento nunca se equivocaron, /
los viejos maestros: qué bien entendieron / su posición humana; cómo
tiene lugar / mientras algún otro come o abre una ventana o
sencillamente pasea aburrido". Los viejos maestros del poeta, como
Brueghel, están más cercanos a nosotros que los antiquísimos maestros
egipcios, pero el sufrimiento, el esfuerzo y la conciencia que ellos
tenían es la misma: "Nunca olvidaron / que incluso el espantoso martirio
debe seguir su curso / de cualquier manera en un rincón, en algún lugar
desaliñado / donde los perros continúan con su vida perruna y el
caballo del torturador / restriega su inocente trasero contra un árbol".
El cuadro de Brueghel al que se refiere Auden es el titulado El viaje de Ícaro.
Paseo
entre las calles derrumbadas. No queda nada de las paredes blancas,
encaladas de las casas, ahora está todo dorado por el sol y rebozado por
las arenas. El perímetro de la muralla se conserva intacto. Maestros
antiguos, nuestros padres. De aquí venimos. Aquí llego a mi casa de
nuevo, de no se sabe dónde, de donde no se sabe el porqué, "como un
hombre ansioso de volver a ver su casa, / después de haber pasado muchos
años en cautividad". Maestros antiguos. Me siento sobre un muro y
restriego mis manos sobre los adobes, mientras se me viene a la cabeza
el lied de Schubert cuya letra compuso Goethe, Canción nocturna del caminante.
Le he dado tantas vueltas en la memoria que para mí dice así: "En las
colinas / la calma,/ en las copas de los árboles / un suspiro. En el
bosque / pájaros durmientes. / Como tú / muy pronto". Por aquí no he
visto pájaros ni árboles. El suspiro, los suspiros son míos. Aquí no
queda nada, aquí no hay nadie -no me crucé con ningún turista-, aquí
solo estoy yo derramando lágrimas por los maestros anónimos que
únicamente vivieron para el arte. "Ser artista es fracasar, como nadie
nunca se atrevería a fracasar, ese fracaso es su mundo y abandonarlo
supone una deserción, de las artes, del buen hacer, de la vida...". A
Beckett le gustaría este lugar, esta ciudad del fracaso, de los
fracasados. De los anónimos. Nuestra propia ciudad, nuestra ciudad
natal.
Luego vamos a la necrópolis donde yacieron los
funcionarios, capataces o escribas. Son pequeñas tumbas, capillas con
una parte subterránea decorada con pinturas. Entro en la tumba del
capataz Pashed, que está arrodillado rezando debajo de una palmera
repleta de plátanos. Luego bebe el agua del Nilo. Los jeroglíficos del
fondo reproducen el capítulo 62 del Libro de los Muertos con la fórmula
para poder beber el agua en el Más Allá. Entro en la tumba del
funcionario de la necrópolis Sennedjem. Se les ve a él y a su esposa
adorando a los dioses del Más Allá, así como trabajando con los bueyes y
el arado en el campo. Entro en la tumba de Ipuy, donde hay pintadas
escenas de pesca. Entro en la tumba de Userhat, escriba real en el
tiempo de Amenofis II, y contemplo cómo el barbero le corta el pelo. "Me
construí una magnífica tumba /en mi ciudad de la eternidad. / Preparé
exquisitamente el lugar, excavado en la roca / en el desierto de la
eternidad", dice una inscripción funeraria del Reino Nuevo. A las tumbas
de los muertos las llamaban "casas eternas" porque el tiempo que
pasamos en el Hades es infinito. Sus verdaderas casas eran las tumbas.